El comercio callejero da vida a las calles de México. A los mercadillos se les llama “tianguis”. En ellos, puedes toparte con todo tipo de enseres; herramientas, muebles, ropa, libros, tecnologías, comida, juguetes, artesanías… Detrás de esos objetos hay vendedores que se identifican (o no), con sus mercancías. Personas que invitan a la compra, con un “¡si hay, si hay!”, “¡pásele güerita!”, “¡llévele, llévele, está barato!”. Los más pequeños observan la labor desde que son criados y poco a poco van tomando el mando. Su juego comienza por ordenar los objetos en el puesto, observar a los caminantes, saludar y sonreír a los clientes, acompañar a sus madres y avivar el ambiente. Otras veces, miran apáticos, pasivos, el paso del tiempo. Al ser un poco más mayores, deambulan portando otros deseos: no pasar desapercibidos, acercarse a los turistas y negociar con ellos. Se especializan en un oficio: lustrador de zapatos, dulces a peso, pulseras de colores cosidas con su identidad de nacimiento. Muchos provienen de una comunidad indígena situada en alguna zona rural aislada. Nunca han pisado un cole, sin embargo, hablan perfectamente su lengua materna y chapurrean en otros idiomas otras tantas frases hechas. Es importante saber comunicarse con la clientela y vender alguna pieza para sobrellevar las carencias.
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